Paul Miller es un periodista de tecnología que decidió desconectarse por doce meses para encontrarse a sí mismo y demostrar que era posible pasar una temporada sin conectarse.
¿Cuán aburrida puede ser una vida offline?
un perfil escrito por Phillip Chu Joy, editado por Luis Wong
Armado solo con un teléfono de la prehistoria de la modernidad, un iPad y una laptop sin acceso a internet, Miller comenzó a publicar sus experiencias cada semana. Todos sus textos eran transferidos vía USB para que alguien más de la oficina los publique bajo su nombre. Miller se sintió más a gusto consigo mismo durante ese tiempo que en otros momentos de su vida. Su capacidad de atención en las personas aumentó. Se conectaba con ellas. O al menos eso pensaba.
Conocí a Miller y a la mayoría de los editores de The Verge en una fiesta en Los Angeles en Junio de 2012. Era como estar al lado de una banda de tecnólogos que sabían cómo iba a ser el futuro antes que el resto. Todavía estaba un poco escéptico sobre si Miller había dejado realmente la internet por completo, pero me convenció cuando me mostró su teléfono negro, en mal estado, que solo permitía hacer llamadas. Su aspecto no era el de un adicto en medio de un periodo de abstinencia. Era el de un hombre sin mayores preocupaciones más que la de conseguir una nueva copa de vino en la fiesta. A diferencia del resto de los que estábamos en ese bar, Miller era el único que no miraba insistentemente la pantalla de su celular. Era un hombre libre.
Las relaciones amorosas se han mudado al ciberespacio. ¿Cómo se obtiene una cita sin usar mensajes de texto o acceder a Facebook para ver fotos y amigos en común? Las redes sociales y la internet han cambiado la forma en que nos acercamos a los demás. Es un filtro que, desde el anonimato, nos permite ser más audaces sin temor a equivocarnos. Ha sido la pócima que los introvertidos han creado para hacer menos doloroso un rechazo o un amor platónico. Y esto es similar para otras relaciones. Miller ha recibido más de un centenar de cartas físicas desde que comenzó su experimento. Lo que lamenta es que está seguro de que no podrá contestarlas todas. En los primeros tres meses solo pudo responder a tres cartas y le demoró semanas enviarlas. Escribir a mano, colocar la carta en el sobre, comprar estampillas e ir al correo consume demasiado tiempo.
Miller no fue la primera persona en dejar la internet. Sesenta mil judíos ortodoxos se reúnen cada año en el estadio CitiField en Nueva York para discutir el impacto negativo que tiene estar conectado en la vida de las personas. Una especie de foro anti-internet donde todos usan camisas blancas, sacos oscuros y sombreros negros. Este pensamiento ortodoxo se basa en que el respeto por el conocimiento de sus mayores puede definir el comportamiento de miles de familias. No se trata de desconectarte por completo por hacerlo, la sociedad moderna no te lo permitiría. De lo que se trata es tomar una pausa de vez en cuando y detenerse a oler las flores.
Douglas Rushkoff, por su parte, es un teórico de medios egresado de la universidad de Princeton. Él escribió un libro llamado Present Shock en el cual detalla el efecto que tiene la internet y la sociedad moderna en nuestros cerebros y la humanidad. Trescientos veintitrés días después de que Miller dejara el Internet ambos se encontraron en la biblioteca pública de Nueva York. En el libro se describen cinco síndromes que la humanidad está sufriendo ahora que está conectada al internet todo el tiempo. Uno de los más interesantes es el que los seres humanos vivimos en un “presente entero” donde tratamos de comprimir todo para tratar de ser más eficientes. Antes solíamos tener tiempo para darle un sentido de continuidad a lo que hacíamos a través de historias del pasado y el futuro. Pero hoy lo que hacemos es tomar fotos del momento y bosquejamos una imagen hacia donde queremos llegar y trazamos una línea directa entre ambos. El problema es que cuando se crean demasiadas conexiones al final uno termina perdiendo su camino y ya no puede darse el tiempo de apreciar el viaje. Uno solo se queda con muchas fotografías mentales mas no experiencias.
Los seres humanos están prestándole más atención al ritmo en que lo digital avanza y se han olvidado de seguir el ritmo biológico con el que todos nacemos. Cada día todos nos autogeneramos bucles por cerrar. Cada vez que creas un horario de tareas, que te acuerdas que tienes que pagar la luz, de recoger tu terno de la lavandería o de llamar a tu mamá, tu mente trata de organizarse para completar tarea lo antes posible. La internet inserta nuevos tipos bucles al cerebro humano, a veces demasiados. Las redes sociales y sitios webs disponibles requieren de atención que sobrecarga la mente y terminan creando estrés. La internet te da la libertad de elegir entre muchas alternativas pero a la vez te quita la libertad de no tener que elegir entre tantas opciones. Se trata de volvernos más astutos para saber manejar la información antes de que se vuelva más compleja de lo que ya es y nos termine robotizando.
Al recordar a Albert Einstein o Isaac Newton, vemos que eran personas capaces de controlar y enfocar su atención en cosas específicas. Desde este punto de vista, puede preocupar la cantidad de distracciones que tendrán las generaciones que crezcan con artefactos como Google Glass, aquellas gafas inteligentes donde el enfoque de atención estará divido en casi todo momento. Sherry Turkle es profesora de estudios sociales en el MIT y resume esto en uno de sus libros: “Solo porque muchas personas han madurado en paralelo al internet no significa que el internet sea maduro”. En esta generación estar solo se percibe como un problema que necesita solución. La respuesta de muchos es conectarse pero esto no resuelve el problema que yace más profundo. La famosa frase de Descartes parece haberse transformado en: “Comparto, luego existo”. Antes las personas hacían llamadas para expresar algo que sentían, ahora envían mensajes porque quieren sentir algo. Uno se descubre a sí mismo estando solo y recién después de haberse encontrado es que puede crear conexiones valiosas con los demás.
Esperamos más de la tecnología y menos de nosotros. Estamos solos pero tenemos miedo a la intimidad. Se están creando sistemas que crean la ilusión de compañerismo sin las demandas de amistad tradicionales. Uno puede tener dos mil amigos en Facebook y ser la persona más solitaria del planeta. Por más contradictorio que suene, si no les enseñamos a nuestros hijos a aprender a estar solos, solo conocerán cómo estar solos conectados con otras personas. Por eso el caso de Paul es tan relevante. Él vive en la ciudad de Nueva York donde más del 95% de los habitantes tienen acceso a Internet, donde hasta el mendigo de la esquina tiene un iPhone 4 con audífonos y donde la ciudad entera depende del internet al igual que la sangre necesita de linfocitos. Uno ya no puede pretender dejar el internet y seguir siendo un miembro totalmente funcional de la sociedad moderna.
El experimento terminó el primero de mayo de 2013. Incluso se creó una aplicación para móviles con una cuenta regresiva anexada a una campaña en Twitter llamada #WhatShouldPaulSee, donde la gente sugería las cosas más relevantes que habían sucedido en el ciberspacio en el último año. La votación eligió al Gangnam Style, la canción Call Me Maybe y el Harlem Shake como las cosas que debía ver después de un año sin internet.
Pero el experimento fue un fracaso.
Paul Miller completó menos de la mitad de las cosas que esperaba hacer en ese tiempo. Y no se encontró a sí mismo. No tuvo una revelación, pero no lamenta el año pasado. Ha aprendido mucho y se siente muy afortunado de estar tener un trabajo que le haya permitido reportar su vida de esta manera. Por parte se siente decepcionado porque no encontró su pote de oro al final del arcoíris. Pensaba que un año desconectado lo haría encontrar al verídico Paul Miller y ponerse en contacto con el mundo real. A una versión del niño inocente de doce años que nunca había tocado la red. Lo que encontró fue que tanto el mundo real como él mismo ya han sido moldeados irreversiblemente de alguna manera. Ya no existe diferencia entre lo real y lo virtual.
Vivía en el presente un día a la vez. Los primeros meses se sintieron como una liberación tangible, pero luego de la novedad de descubrir que uno podía sentirse bien y no depender tanto de la internet, las cosas volvieron al tono mundano de siempre, excepto que esta vez no estaba conectado. A veces la batería de su celular se agotaba y mucha gente no podía saber si estaba vivo o muerto. Su idea era convertirse en un mejor ser humano y ayudar a otros a hacer lo mismo. Quería identificar qué efectos le estaba causando la red para poder contrarrestar su efecto. La internet no es una creación individual, es lo que las personas hacen entre ellas usando tecnología. Es donde la gente está. Lo que aprendió fue que uno no puede culparla por sus problemas. A pocas semanas de su regreso Miller anhelaba regresar a la internet, sentía que era el sitio a donde pertenecía. Dejarla no lo transformó en una persona diferente, solo le dio una nueva perspectiva de la vida. Al final se trata de encontrar un balance entre la atención que nuestra vida requiere y lo que el ciberespacio merece. Ahora Paul Miller solo tiene 22,000 correos que revisar.
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